Arturo Pérez-Reverte
El Asedio
Ed. Alfaguara, 2010
Con esta novela
empiezo la cuenta atrás de los libros leídos esta mitad de año.
Comienzo por el último leído para no olvidarme nada y terminaré
con el primero, todo al revés, como debe ser.
Leo
en los periódicos que a este último trabajo de Arturo Pérez-Reverte
le ha caído el premio Internacional Dragger a la mejor novela
policíaca traducida y publicada en el Reino Unido. No soy quién
para enmendar la plana al jurado de la CWA (Crime Writers'
Association), pero la trama criminal del libro no es precisamente la
que más me ha interesado. ¿Por qué? Por esos toques mágicos que
Pérez-Reverte suele usar para dar lustre e interés a los aspectos
de intriga de sus libros. En este caso apoyándose en erróneas
hipótesis de geniales autores como Descartes o Euler, aún no
falseadas en la época en la que se desarrolla la trama, comienzos
del siglo XIX, el autor hace que tanto el asesino y como el
investigador, sean capaces de sentir en ciertas zonas de la ciudad de
Cádiz y en ciertas condiciones atmosféricas, una especie de
revelación paranormal, ausencia de sonidos, enrarecimiento del aire,
que sólo ellos dos pueden percibir.
Esto
no impide que el personaje central de esta media parte de la novela,
el comisario Rogelio Tizón, sea de los mejores logrados de la
novela: su mezquindad, su falta de escrúpulos, su crueldad, su saber
nadar y guardar la ropa, su pericia y prurito profesional, sus
demonios interiores y sus fantasmas familiares son tremendamente
humanos, cercanos, reconocibles por cualquiera y por todos. Un
personaje complejo, con múltiples facetas, muchas desagradables,
otras pocas atractivas, nunca totalmente infame, jamas pusilánime ni
santurrón. A pesar del diseño de la portada del libro con esa
silueta negra recortada con reminiscencias a brumosos y oscuros
callejones londinenses, a pesar de contar como guía en todos los
temas científicos a su particular Dr. Watson, el profesor Barrull,
que cuando no le está desgranando libros científicos y filosóficos
le machaca sin piedad al ajedrez en el café Correo, a pesar de todo
eso no podía imaginarme a Tizón como un protagonista de una
historia de Conan Doyle o incluso de Poe. No, a quien no paraba de
recordarme una y otra vez es a Bill el Carnicero, ese brutal
personaje interpretado por Daniel Day Lewis en la película estupenda
Gangs of New York de Martin Scorsese.
La
otra mitad del libro, la de Cádiz, la del asedio francés, la de las
Cortes liberales, la del mar y los barcos, sí que me ha encantado.
Es en esta parte de la obra, la de novela histórica, donde
Pérez-Reverte demuestra toda su maestría, hilvanando sin que se
noten miles de datos históricos sobre vestimentas y costumbres,
locales, arquitectura, artillería y navegación, que envuelven a los
numerosos personajes que pueblan su novela y les crea un entorno
físico y temporal completamente plausible, natural y espontáneo
donde moverse y convivir. Es como los grandes directores artísticos
de cine que son capaces de recrear en un estudio un barrio de Nueva
York de mitad del siglo XIX sin que los espectadores nos demos cuenta
del engaño. Por supuesto donde más en su salsa se encuentra es
entre las maderas, telas y cabos de un barco a vela, ciñéndose al
viento, saltando en la marejada, batiéndose a cañonazos que
destrozan palos y cubiertas y si es contra los gabachos, miel sobre
hojuelas. Y excusas no para de haber en todo el texto para recrearse
tanto en uno como en el otro de sus vicios, la vela y dar caña a
gabachos, y si se tercia también a los hijos de la pérfida Albión.
Todo con mesura, en su justa medida y sin abusar. Esta mitad del
libro tiene como eje narrativo tanto las desventuras del capitán
francés Simón Desfosseux por conseguir salvar la distancia entre el
fuerte de La Cabezuela y la Ciudad de Cádiz con alguno de sus
morteros u obuses, y la relación amorosa entre Lolita Palma, una
rica heredera de una firma comercial y Pepe Lobo, un capitán de
barco metido a corsario del Rey a sueldo de Lolita Palma. Los dos
personas serenas, sensatas, maduras, de mundos totalmente distintos a
pesar de vivir en la misma ciudad, y aún así caen en ese viejo
engaño llamado amor. Una historia que Pérez-Reverte teje
magistralmente y que nos deja, como siempre, diálogos y párrafos
soberbios sobre la naturaleza masculina y femenina:
-
Entonces vamos a buscar mujeres.
-
¿Qué clase de mujeres, capitán? [contesta su oficial Ricardo Maraña]
- De
las adecuadas a estas horas p 543
“De
cerca [Pepe Lobo] percibe el aroma de [su] perfume, distinto al que
suelen usar las mujeres de su edad. Éste es dulce y agradable, en
todo caso. Fresco. Poco intenso. Bergamota, piensa absurdamente.
Nunca olió la bergamota”. p 596
Sin
embargo, Pérez-Reverte hace terminar la relación de la manera más
desagradable posible: ella le engatusa con las armas de mujer de toda
la vida, las que llevan usando desde que los humanos andamos por este
mundo, y le convence egoístamente para que arriesgue su vida y la de
sus tripulantes para salvar un navío de ella en una operación
suicida. Le importa más la manera poco caballerosa que tuvo Pepe
Lobo de terminar con un duelo, que la suerte que pueda correr su
amado en esa arriesgada misión. Pepe Lobo se encomienda al diablo,
zarpa en la noche, libera el navío en mitad de cañonazos, astillas
y sangre y encuentra el destino que ha temido toda su vida, el
destino que ha visto que les llegaba a todos los viejos marineros:
pobreza y soledad. Un cañonazo le amputa una pierna y le marca la
cara de un lado a otro y permanecerá toda su vida inválido,
pidiendo limosna quizá por las callejuelas del puerto, sin hogar,
sin esperanza... mientras ella sigue su displicente y rutinaria vida
de sedas, despachos y tertulias.
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