
Antonio Beltrán Marí
Editorial Laetoli, 2006
El autor es profesor del Departamento de lógica, historia y filosofía de la ciencia de la Universidad de Barcelona y ha dedicado toda su actividad investigadora a Galileo, su obra y sus problemas con la Iglesia Católica. En este libro se dedica a narrar de forma cronológica los acontecimientos históricos que llevaron a la condena por parte de la Iglesia de Galileo y de su obra. Sin embargo, no es una narración neutral, el autor trata de oponer con datos la tesis de la Iglesia sobre todo el proceso y la última revisión auspiciada por el anterior papa Juan Pablo II. La Iglesia defendió que Galileo fue culpable no sólo de haber desobedecido un precepto de 1616, sino de haber actuado con engaño y deshonestidad. Una parte importante de esta tesis es la versión de que el proceso no solo consistió en un problema teológico, sino que tuvo una parte importante también la discusión de aspectos filosóficos y científicos en la que la Iglesia tenía razón. Ya desde el mismo título (talento, Galileo; poder, Iglesia), el autor trata de rebatir esta visión. A través de las numerosas cartas que se enviaron Galileo, sus amigos, los cardenales o el papa, el autor pone de manifiesto el entorno religioso y filosófico-científico de todos los actores implicados en la trama. De hecho, uno de los problemas del libro es precisamente uno de sus mayores virtudes: la abundancia de datos. Por un lado es una garantía de objetividad y por otro enmaraña sobremanera el relato.
El libro comienza poniendo de relieve el enorme poder que en ese tiempo tenía tanto la Iglesia en general como la Sagrada Inquisición: cualquier acusación de falta de fe podía suponer un juicio y una severa condena. En una sociedad con semejante falta de libertad la supervivencia obligaba a disimular y esconder tus propias ideas. Sin embargo, Galileo no era muy amigo de disimulos y en seguida comenzó a defender las ideas de Copérnico. Mientras estuvo trabajando en la Universidad de Padua no tuvo a penas problemas porque la República de Venecia era muy celosa en la defensa de sus derechos y no permitía muchas injerencias de la Iglesia. Pero Galileo consiguió que de los Duques de Florencia le contrataran para volver a casa y a pesar de la influencia del Gran Duque no consiguió evitar los numerosos problemas que la defensa de las tesis copernicanas le iban a acarrear. Las ideas heliocéntricas de Copérnico eran conocidas desde hacía años y se transmitían por las principales universidades sin mucho alboroto y sin apenas problemas con la Iglesia. Sin embargo, la defensa que el gran famoso científico que Galileo ya era les dio una propaganda que la Iglesia no pudo dejar de intentar frenar. Así en 1616 ordenó a Galileo dejar de enseñar las doctrinas copernicanas y emitió un edicto condenándolas por ser contrarias a las escrituras. Y si las escrituras eran la verdad absoluta nada podía contradecirlas. De hecho la superioridad de las escrituras sobre cualquier otra fuente de información marcaba también la superioridad de los distintos estudios. Así en primer lugar se colocaba a la teología, luego a la filosofía y por último la física y las matemáticas. Siguiendo este orden cualquier argumento teológico era superior al resto de argumentos. Y además nadie fuera de los propios doctores de la Iglesia podían utilizar las escrituras como base de sus argumentos. Con estas restricciones Galileo se enfrentó desde el principio en una pelea desigual: él pensaba que tener la razón de su parte y poder demostrarlo sería más que suficiente, pero sus oponentes ni entendían ni les interesaban sus argumentos científicos ya que los consideraban inferiores.
Galileo obedeció la orden de 1616 hasta que un nuevo papa permitió una mayor apertura intelectual. Galileo se animó a publicar sus ideas al calor de esta permisividad y se sometió a todas las pruebas y correcciones que la censura de la Inquisición le impuso. El libro logró el imprímatur de las autoridades y llegó a publicarse, pero una serie de fracasos papales en las guerras europeas hicieron que el papa Urbano VIII cambiara radicalmente su política y se convirtiera en el más férreo defensor de la Contrarreforma y ese repentino viraje pilló a Galileo de sorpresa. Su libro fue retirado y él encarcelado. Ni siquiera su elevada edad ni sus numerosas enfermedades consiguieron que el papa le perdonara. Lo único que consiguió fue rebajar sus condiciones de encarcelamiento y cambiarlo por un arresto domiciliario. Sin embargo, no se le permitió recibir visitas de amigos, ni siquiera acudir al entierro de su hija.
Un libro imprescindible para entender no sólo los pormenores de la condena de Galileo por parte de la Iglesia, sino también de las distintas visiones del mundo que se contraponían en aquellos tiempos del surgimiento de la ciencia moderna.
El libro comienza poniendo de relieve el enorme poder que en ese tiempo tenía tanto la Iglesia en general como la Sagrada Inquisición: cualquier acusación de falta de fe podía suponer un juicio y una severa condena. En una sociedad con semejante falta de libertad la supervivencia obligaba a disimular y esconder tus propias ideas. Sin embargo, Galileo no era muy amigo de disimulos y en seguida comenzó a defender las ideas de Copérnico. Mientras estuvo trabajando en la Universidad de Padua no tuvo a penas problemas porque la República de Venecia era muy celosa en la defensa de sus derechos y no permitía muchas injerencias de la Iglesia. Pero Galileo consiguió que de los Duques de Florencia le contrataran para volver a casa y a pesar de la influencia del Gran Duque no consiguió evitar los numerosos problemas que la defensa de las tesis copernicanas le iban a acarrear. Las ideas heliocéntricas de Copérnico eran conocidas desde hacía años y se transmitían por las principales universidades sin mucho alboroto y sin apenas problemas con la Iglesia. Sin embargo, la defensa que el gran famoso científico que Galileo ya era les dio una propaganda que la Iglesia no pudo dejar de intentar frenar. Así en 1616 ordenó a Galileo dejar de enseñar las doctrinas copernicanas y emitió un edicto condenándolas por ser contrarias a las escrituras. Y si las escrituras eran la verdad absoluta nada podía contradecirlas. De hecho la superioridad de las escrituras sobre cualquier otra fuente de información marcaba también la superioridad de los distintos estudios. Así en primer lugar se colocaba a la teología, luego a la filosofía y por último la física y las matemáticas. Siguiendo este orden cualquier argumento teológico era superior al resto de argumentos. Y además nadie fuera de los propios doctores de la Iglesia podían utilizar las escrituras como base de sus argumentos. Con estas restricciones Galileo se enfrentó desde el principio en una pelea desigual: él pensaba que tener la razón de su parte y poder demostrarlo sería más que suficiente, pero sus oponentes ni entendían ni les interesaban sus argumentos científicos ya que los consideraban inferiores.
Galileo obedeció la orden de 1616 hasta que un nuevo papa permitió una mayor apertura intelectual. Galileo se animó a publicar sus ideas al calor de esta permisividad y se sometió a todas las pruebas y correcciones que la censura de la Inquisición le impuso. El libro logró el imprímatur de las autoridades y llegó a publicarse, pero una serie de fracasos papales en las guerras europeas hicieron que el papa Urbano VIII cambiara radicalmente su política y se convirtiera en el más férreo defensor de la Contrarreforma y ese repentino viraje pilló a Galileo de sorpresa. Su libro fue retirado y él encarcelado. Ni siquiera su elevada edad ni sus numerosas enfermedades consiguieron que el papa le perdonara. Lo único que consiguió fue rebajar sus condiciones de encarcelamiento y cambiarlo por un arresto domiciliario. Sin embargo, no se le permitió recibir visitas de amigos, ni siquiera acudir al entierro de su hija.
Un libro imprescindible para entender no sólo los pormenores de la condena de Galileo por parte de la Iglesia, sino también de las distintas visiones del mundo que se contraponían en aquellos tiempos del surgimiento de la ciencia moderna.
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