El último libro es una pequeña joya de
Fernando Aramburu,
"
Los peces de la amargura" (Tusquets, 2006).




Es una colección de pequeños relatos sobre gente corriente, sobre gente actual, sobre gente que vive a nuestro lado. Sus protagonistas son personas afectadas de un modo u otro por el terrorismo etarra: no sólo víctimas más o menos directas de ETA, padres, hijos, novios y novias, vecinos, amenazados como chibatos, sino también terroristas encarcelados o madres de terroristas. Son relatos descarnados, sin adornos, sin heroicidad, descritos con un inmenso cuidado, sin caer en el morbo, con un lenguaje cotidiano de la calle, con todos sus errores gramaticales, que nos sumergen en la insufrible cotidianidad de todas estas personas anónimas, que no salen nunca en los telediarios, pero que son los que mejor conocen lo que significa la muerte y el terrorismo. Cada capítulo es una historia estremecedora, como por ejemplo el que relata el acoso incesante al que se ve sometido un vecino de un pequeño pueblo guipuzcuano y toda su familia, simplemente por el rumor de que había colaborado a la detención de dos jóvenes terroristas del pueblo. Una acción, que en cualquier otra parte del mundo sería considerada como un acto cívico, es allí valorada como una traición. Les niegan el saludo, no les atienden en los comercios, sufre el desprecio de su propio hijo (más identificado con la causa criminal que con su padre)... En un acto de desesperación, el hombre se sienta en mitad de la plaza del pueblo cubierto con una "ikurriña", la bandera de la Comunidad Autónoma Vasca, y un montón de octavillas escritas a mano en las que se puede leer que él no ha sido. La única atención que recibe por parte de sus hasta entonces vecinos es de un grupo de señoras mayores que se acercan y sin mediar palabra le quitan la bandera de encima para evitar que el apestado la siga mancillando.
No son historias reales, es un libro de ficción, pero describen de una manera horriblemente realista el dolor, la falta de libertad, el día a día de cientos, de miles de personas en el País Vasco en pleno siglo XXI.
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