

Fundación José Manuel Lara
Supongo que la mayoría de la gente se compra libros y lee sobre un país o una ciudad antes de iniciar su viaje para informarse y conocer de antemano qué es lo que se va a encontrar o para ambientarse previamente con su cultura e historia y disfrutar más su estancia en ese lugar. Yo, sin embargo, suelo hacer justamente al revés. Sin contar las guías turísticas, no compro nada hasta no conocer la ciudad o el país y si me ha gustado me dedico a recorrer sus calles en busca de libros bien de fotografía, para descubrir nuevos rincones o luces, o de historia, para conocer más sobre el pasado que la ha moldeado. Estuve en Córdoba en el otoño de 2008. Su visita fue un acto largamente postergado desde que estuve en ella por primera vez con 14 años y la tontería de la adolescencia me impidió apreciarla debidamente. Hasta mi segunda visita mis recuerdos de la ciudad no llegaban más allá de los oscuros rincones y miles de columnas de la mezquita. Ni un solo espacio en mi memoria para las blancas callejuelas de su casco antiguo, el Gualdalquivir o el Alcázar de los Reyes Cristianos.
Una vez enamorado de Córdoba, me lancé a la búsqueda de un buen libro de fotografías de la ciudad, pero no hallé ninguno que me convenciera. Curioseando por las librerías di, sin embargo, con este libro de Antonio Muñoz Molina. A pesar de que no tenía nada que ver con lo que inicialmente quería, hice caso al librero y me lo quedé. No deja de ser sorprendente que mi primer libro de este famoso autor no sea una de sus conocidas novelas, sino un libro de historia escrito por encargo de la editorial Planeta. El volumen que yo adquirí es una reedición del original al que se le han añadido un prólogo y numerosas fotografías en color.
Comencé a leerlo hace unas semanas aprovechando los itenarios en autobús desde casa al trabajo. Y lo empecé con la curiosidad de descubrir a un nuevo autor aunque no fuera en su terreno habitual. Y he de reconocer que me costó pasar del primer capítulo, Introducción a Córdoba, quizá la parte donde más se nota el exceso de literatura y romanticismo que el propio autor reconoce en su Nota a la nueva edición. Los párrafos de este primer capítulo se me asemejaron a las callejuelas de la propia Córdoba: un laberinto que no se sabe a dónde te lleva. Pero todo ese barroquismo literario se desvanece en cuanto entramos en la materia del libro, la descripción del periodo de tiempo más expléndido de la historia de la ciudad: la dinastia de los Omeyas. Entonces la complejidad, las metáforas extravagantes, se desvanecen y dan paso a la sencillez, la concisión, la claridad de un estilo fluido que permite una lectura sin más pausas que las debidas a los cortos trayectos matutinos.
El libro abarca una gran extensión temporal, casi 3 siglos, y aún así no se pierde en la infinidad de datos, batallas, fechas, nombres que, sin duda, poblaron esos días, sino que se centra en una escasa media docena de aspectos y realiza un duro ejercicio de síntesis que deja como resultado una visión clara y diáfana del conjunto. Comienza el relato con la llegada en el 711 de los primeros musulmanes a la península y su rápida conquista del endeble estado visigodo diezmado por las luchas internas (el mismo mal que acabó en el breve lapso de 4 años con la capital más importante del mundo en aquellos tiempos). Alejado de los tópicos y de los extremismos el autor nos describe la tranquilidad con la que la población autóctona recibió y asimiló a sus nuevos amos, cansados ya de las injusticias y arbitrariedades de los antiguos. De hecho, en muchos casos, al principio se mantuvieron los principales cargos de la ciudad en manos de las mismas personas. No hubo tampoco persecución religiosa y "los cristianos mozárabes pudieron seguir practicando libremente sus cultos, aunque no podían celebrar procesiones públicas ni tañir las campanas mas que los domingos, y al igual que los judios, estaban sujetos al pago de un tributo especial." La ciudad, Córdoba, poco a poco cambió su fisionomía adaptándose a los usos y costumbres de sus nuevos amos. "En el Islam la ciudad no posee entidad jurídica, no hay un poder municipal que la rija y menos aún que dictamine las normas de su crecimiento, por lo que la ciudad proliferaba como un extraño organismo vivo que se configuraba en laberinto, ocupando todo el espacio vacío, ascendiendo para buscar el aure libre y la luz, como los árboles en una selva". Pero el mayor cambio se produjo con la llegada al poder del primer mandatario omeya, Abad al-Rahman I, el Inmigrado. Único superviviente de la familia real Omeya en la matanza que los abasíes realizaron en Damasco tras el golpe de estado que les llevó al poder del califato para eliminar toda posibilidad de reclamación del poder perdido. Abad al-Rahman tuvo que huir para salvar su vida y después de un largo y penoso peregrinar por los países del norte de África, acabó recalando en al-Andalus, donde tenía un importante número de parientes. Gracias a ellos el príncepe omeya desterrado se alzó con el poder en Córdoba y fundó un emirato independiente de la influencia de los odiados califas abbasíes. La melancolía por la patria perdida le llevo a intentar recrear en Córdoba los edificios y jardines de Damasco y mandó enviados suyos a Siria para traerle árboles desconocidos para los andalusíes, palmeras y granados. De tal manera, que "hoy cuando miramos sobre el perfil de los tejados de Córdoba estamos viendo un paisaje inventado hace 1200 años por la voluntad y la nostalgia de un hombre". Abad al-Rahman se autoproclamó emir en el año 756 y fundó una dinastía que se extendería casi 300 años y que a pesar de sus altibajos, dio lugar al imperior más floreciente, culto y rico de su época. Alzaron numerosos palacios, alcázares, jardines, mezquitas, crearon de la nada dos nuevas ciudades (Madinat al-Zahra y Madinat al-Zahira), sabios de todo el mundo conocido recalaban en su corte, mandatarios de todos los reinos (Bizancio, Bagdad...) enviaban emisarios y regalos a los emires, mantuvieron a raya a los belicosos reinos cristianos del norte cuyos reyes firmaban frecuentemente tratados de paz y comercio con Córdoba anonadados por el lujo y la riqueza de sus enemigos, publicaban anualmente cerca de 60000 libros y la biblioteca del califa al-Hakam II llegó a tener 400.000 volúmenes. Nada de todo eso ha llegado a nuestros días, todo ardió en el incendio de las guerras civiles del siglo XI que redujeron a polvo en 4 años el explendor y la sabiduría de 3 siglos. Todo excepto un único libro, las ruinas de Madinat al-Zahra y la joya de la mezquita mayor.
La mezquita es el único gran edificio de esa época dorada que ha sobrevido, aunque no sin sufrir grandes destrozos. Especialmente en el s. XVI, cuando no existían las mismas garantías actuales sobre las obras de arte, se derrumbaron las naves centrales de la mezquita para incrustar en ellas el nuevo edificio de la catedral. Este ataque arquitéctonico rompe totalmente la armonía geométrica de la mezquita original. Ese gran espacio vacío, ese itinerario de penumbra y columnas "tan abstracto como una pintura de Piet Mondrian", se perdió ya irremediablemente. Y ahora sólo nos quedan vestigios de su presiencia, de su misterio. "El arte del Islam condena la imitación de la naturaleza y más aún la idolatría de representar mediante estatuas a los profetas y los santos, así que sólo el vacío y el silencio permiten sugerir la presencia de lo no puede ser representado". Otra de las grandes pérdidas con respecto al original es la falta de luz. "Las naves de la mezquita son ahora mucho más oscuras: el bloque obtuso de la catedral interrumpe las perspectivas cambiantes y el tránsito de la luz, y las arcadas que dan al patio, abiertas en tiempos de los musulmanes, están hoy en día tapiadas". En aquellos tiempos ni siquiera cuando llega la noche decrece la claridad en la mezquita ya que debió haber cerca de 280 lámparas y la noche del 27 del mes del Ramadán se encendían sus siete mil cuatrocientas venticinco candilejas de aceite.
Hoy, a pesar de todo, los turistas que nos acercamos a visitarla aún podemos disolvernos en las perspectivas y visiones fugaces de su bosque de columnas. Aún podemos sentir que el espacio se modifica al cambiar nuestra posición, descubir que en cada nuevo desplazamiento nos convertimos en eje y centro de las hileras de columnas.
El libro termina con un par de detalles que todo tratado mínimamente riguroso debería incluir: una bibliografía (reducida en este caso) y un índice de personas y obras que facilita la búsqueda.
Otros libros leídos relacionados con el califato de Córdoba:
- La estirpe de las mariposas. Magdalena Lasala. Novela histórica.
- El mozárabe. Jesús Sánchez Adalid. Novela histórica.
Una vez enamorado de Córdoba, me lancé a la búsqueda de un buen libro de fotografías de la ciudad, pero no hallé ninguno que me convenciera. Curioseando por las librerías di, sin embargo, con este libro de Antonio Muñoz Molina. A pesar de que no tenía nada que ver con lo que inicialmente quería, hice caso al librero y me lo quedé. No deja de ser sorprendente que mi primer libro de este famoso autor no sea una de sus conocidas novelas, sino un libro de historia escrito por encargo de la editorial Planeta. El volumen que yo adquirí es una reedición del original al que se le han añadido un prólogo y numerosas fotografías en color.
Comencé a leerlo hace unas semanas aprovechando los itenarios en autobús desde casa al trabajo. Y lo empecé con la curiosidad de descubrir a un nuevo autor aunque no fuera en su terreno habitual. Y he de reconocer que me costó pasar del primer capítulo, Introducción a Córdoba, quizá la parte donde más se nota el exceso de literatura y romanticismo que el propio autor reconoce en su Nota a la nueva edición. Los párrafos de este primer capítulo se me asemejaron a las callejuelas de la propia Córdoba: un laberinto que no se sabe a dónde te lleva. Pero todo ese barroquismo literario se desvanece en cuanto entramos en la materia del libro, la descripción del periodo de tiempo más expléndido de la historia de la ciudad: la dinastia de los Omeyas. Entonces la complejidad, las metáforas extravagantes, se desvanecen y dan paso a la sencillez, la concisión, la claridad de un estilo fluido que permite una lectura sin más pausas que las debidas a los cortos trayectos matutinos.
El libro abarca una gran extensión temporal, casi 3 siglos, y aún así no se pierde en la infinidad de datos, batallas, fechas, nombres que, sin duda, poblaron esos días, sino que se centra en una escasa media docena de aspectos y realiza un duro ejercicio de síntesis que deja como resultado una visión clara y diáfana del conjunto. Comienza el relato con la llegada en el 711 de los primeros musulmanes a la península y su rápida conquista del endeble estado visigodo diezmado por las luchas internas (el mismo mal que acabó en el breve lapso de 4 años con la capital más importante del mundo en aquellos tiempos). Alejado de los tópicos y de los extremismos el autor nos describe la tranquilidad con la que la población autóctona recibió y asimiló a sus nuevos amos, cansados ya de las injusticias y arbitrariedades de los antiguos. De hecho, en muchos casos, al principio se mantuvieron los principales cargos de la ciudad en manos de las mismas personas. No hubo tampoco persecución religiosa y "los cristianos mozárabes pudieron seguir practicando libremente sus cultos, aunque no podían celebrar procesiones públicas ni tañir las campanas mas que los domingos, y al igual que los judios, estaban sujetos al pago de un tributo especial." La ciudad, Córdoba, poco a poco cambió su fisionomía adaptándose a los usos y costumbres de sus nuevos amos. "En el Islam la ciudad no posee entidad jurídica, no hay un poder municipal que la rija y menos aún que dictamine las normas de su crecimiento, por lo que la ciudad proliferaba como un extraño organismo vivo que se configuraba en laberinto, ocupando todo el espacio vacío, ascendiendo para buscar el aure libre y la luz, como los árboles en una selva". Pero el mayor cambio se produjo con la llegada al poder del primer mandatario omeya, Abad al-Rahman I, el Inmigrado. Único superviviente de la familia real Omeya en la matanza que los abasíes realizaron en Damasco tras el golpe de estado que les llevó al poder del califato para eliminar toda posibilidad de reclamación del poder perdido. Abad al-Rahman tuvo que huir para salvar su vida y después de un largo y penoso peregrinar por los países del norte de África, acabó recalando en al-Andalus, donde tenía un importante número de parientes. Gracias a ellos el príncepe omeya desterrado se alzó con el poder en Córdoba y fundó un emirato independiente de la influencia de los odiados califas abbasíes. La melancolía por la patria perdida le llevo a intentar recrear en Córdoba los edificios y jardines de Damasco y mandó enviados suyos a Siria para traerle árboles desconocidos para los andalusíes, palmeras y granados. De tal manera, que "hoy cuando miramos sobre el perfil de los tejados de Córdoba estamos viendo un paisaje inventado hace 1200 años por la voluntad y la nostalgia de un hombre". Abad al-Rahman se autoproclamó emir en el año 756 y fundó una dinastía que se extendería casi 300 años y que a pesar de sus altibajos, dio lugar al imperior más floreciente, culto y rico de su época. Alzaron numerosos palacios, alcázares, jardines, mezquitas, crearon de la nada dos nuevas ciudades (Madinat al-Zahra y Madinat al-Zahira), sabios de todo el mundo conocido recalaban en su corte, mandatarios de todos los reinos (Bizancio, Bagdad...) enviaban emisarios y regalos a los emires, mantuvieron a raya a los belicosos reinos cristianos del norte cuyos reyes firmaban frecuentemente tratados de paz y comercio con Córdoba anonadados por el lujo y la riqueza de sus enemigos, publicaban anualmente cerca de 60000 libros y la biblioteca del califa al-Hakam II llegó a tener 400.000 volúmenes. Nada de todo eso ha llegado a nuestros días, todo ardió en el incendio de las guerras civiles del siglo XI que redujeron a polvo en 4 años el explendor y la sabiduría de 3 siglos. Todo excepto un único libro, las ruinas de Madinat al-Zahra y la joya de la mezquita mayor.
La mezquita es el único gran edificio de esa época dorada que ha sobrevido, aunque no sin sufrir grandes destrozos. Especialmente en el s. XVI, cuando no existían las mismas garantías actuales sobre las obras de arte, se derrumbaron las naves centrales de la mezquita para incrustar en ellas el nuevo edificio de la catedral. Este ataque arquitéctonico rompe totalmente la armonía geométrica de la mezquita original. Ese gran espacio vacío, ese itinerario de penumbra y columnas "tan abstracto como una pintura de Piet Mondrian", se perdió ya irremediablemente. Y ahora sólo nos quedan vestigios de su presiencia, de su misterio. "El arte del Islam condena la imitación de la naturaleza y más aún la idolatría de representar mediante estatuas a los profetas y los santos, así que sólo el vacío y el silencio permiten sugerir la presencia de lo no puede ser representado". Otra de las grandes pérdidas con respecto al original es la falta de luz. "Las naves de la mezquita son ahora mucho más oscuras: el bloque obtuso de la catedral interrumpe las perspectivas cambiantes y el tránsito de la luz, y las arcadas que dan al patio, abiertas en tiempos de los musulmanes, están hoy en día tapiadas". En aquellos tiempos ni siquiera cuando llega la noche decrece la claridad en la mezquita ya que debió haber cerca de 280 lámparas y la noche del 27 del mes del Ramadán se encendían sus siete mil cuatrocientas venticinco candilejas de aceite.
Hoy, a pesar de todo, los turistas que nos acercamos a visitarla aún podemos disolvernos en las perspectivas y visiones fugaces de su bosque de columnas. Aún podemos sentir que el espacio se modifica al cambiar nuestra posición, descubir que en cada nuevo desplazamiento nos convertimos en eje y centro de las hileras de columnas.
El libro termina con un par de detalles que todo tratado mínimamente riguroso debería incluir: una bibliografía (reducida en este caso) y un índice de personas y obras que facilita la búsqueda.
Otros libros leídos relacionados con el califato de Córdoba:
- La estirpe de las mariposas. Magdalena Lasala. Novela histórica.
- El mozárabe. Jesús Sánchez Adalid. Novela histórica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario