lunes, 28 de diciembre de 2015

El sueño del celta

adi1323.jpg (311×500)



Martio-Vargas-Llosa-Premio-Nobel-de-Literatura.-Google-Images.jpg (2362×1581)



Mario Vargas Llosa
Editorial Alfaguara, 2010.


Mario Vargas Llosa hace fácil la difícil tarea de novelar la realidad. Una rápida comparación entre El sueño del celta y otros intentos parecidos como Un día de cólera de Arturo Pérez Reverte, convierten a esta última estupenda novela en rígida y encorsetada, en contraste con la ligereza y agilidad de la primera. MVLL Combina con asombrosa naturalidad los hechos históricos, los datos verificables, nombres, lugares, fechas, con la invención de sentimientos, amistades, fobias, sueños personales, que permiten al autor no sólo perfilar y dar a conocer al lector los distintos personajes, sino también inducir emociones que lleven a la creación de uniones afectivas entre el lector y el personaje de su obra. La presencia de estos vínculos afectivos son los que consiguen que esta obra traspase los límites de una biografía novelada y se transforme en una auténtica novela. Si no conoces de antemano al personaje, el cónsul británico Roger Casament, ni los hechos que le rodean, denuncias de las crueldades cometidas en la extracciones de caucho del Congo y de la Amazonía, así como su implicación en el Alzamiento de Pascua de los nacionalistas irlandeses, disfrutas del libro como si fuera una historia imaginada más. Pero aunque busques información sobre las personas y sobre los hechos relatados en el libro, no puedes evitar preguntarte constantemente, pero ¿estos personajes tan reales, tan tangibles, existieron de verdad?
El libro empieza y termina en el mismo sitio: en la prisión de Pentonville, donde el protagonista estuvo recluido la mayor parte de esos meses que transcurrieron desde su captura hasta su ejecución en la horca. Mientras tanto, él va recordando aspectos de su vida pasada, como flash-backs de una película. Leo en una web que para poder narrar los acontecimientos que Roger Casament no participa, pero que son necesarios para centrar la trama, MVLL recurre a los diálogos entre Roger y las escasas visitas que recibe en la prisión. En la misma web aparece el siguiente comentario:
The Dream of the Celt succeeds at educating its readers about the worlds in which
Sir Roger Casement lived his successive lives but not about his successive personalities.
No puedo estar más en desacuerdo. Si de algo he disfrutado de este libro ha sido del descubrimiento paulatino de la complicada personalidad de Roger Casament. Un descubrimiento hecho contradicción a contradicción, hasta no dejar sin investigar ninguna arista de su carácter. Así, a medida que pasan las páginas, vamos viendo como el protagonista pasa de ser un héroe quijotesco, peleando por nobles ideales, a convertirse en un fanático nacionalista en cuyas decisiones se mezclan a partes iguales la valentía y la estupidez. En medio, vertebrando todas estas transformaciones, sus ocultas inclinaciones homosexuales, reflejadas, al parecer, en un diario que el Gobierno Británico esgrimió durante su juicio para desacreditarlo. Y lo hizo con tanto éxito que su nombre ha estado olvidado en el panteón de los mártires nacionalistas irlandeses hasta hace pocos años.
En relación con los controvertidos diarios, MVLL comenta en el epílogo que
"mi propia opinión -la de un novelista, claro está- es que Roger Casement escribió esos famosos
diarios pero no los vivió, no por lo menos íntegramente, que hay en ellos mucho de exageración
y ficción, que escribió ciertas cosas porque hubiera querido pero no pudo vivirlas".
La contradicción es un tema recurrente a lo largo de toda la obra: el protagonista un afamado diplomático, nombrado sir, encarcelado y ajusticiado por traidor; los colonizadores europeos que iban a llevar la civilización al África, la aniquila por codicia; Herbert, el amigo del protagonista, racional antinacionalista se vuelve patriota durante la Gran Guerra; Roger, un protestante, unido a nacionalistas católicos; los rebeldes irlandeses combatiendo contra otros irlandeses a los que decían defender y liberar. Hay una última contradicción más que se escapa al ámbito del libro, pero que está muy relacionado con él: la guerra civil entre irlandeses que se desencadenó nada más independizarse de Gran Bretaña y en la que el recién estrenado Gobierno Irlandés contó con el apoyo del Gobierno Británico. Irlandeses matando a otros irlandeses gracias a los ingleses. Toda una paradoja. De hecho, a mi entender, éste es en realidad el tema de la novela, la contradicción como señal, como prueba, de que una vida es auténtica y real. Si algo se nos presenta como puro, lineal, es falso, es una idealización, no una situación real.
p 355¡ Por más que uno fuera precavido y planeara sus acciones con la mayor lucidez, la vida, más compleja que todos los cálculos, hacía estallar los esquemas y los reemplazaba por situaciones inciertas y contradictorias.
p 355: Y él aquí, en una cárcel inglesa /.../ ¿No hubiera sido mejor morir allá, con esos poetas y místicos, pegando y recibiendo tiros? Su muerte habría tenido un sentido rotundo, en vez de lo equívoco que sería morir en la horca, como un delincuente común.


Uno de los aspectos que más me hacen disfrutar de los libros, tanto de las novelas como los de no ficción, cuando ocurre, es la erupción de una intensa curiosidad que me lanza inexorablemente a buscar más información fuera de la obra. Y esa búsqueda suele ser tan caótica que me arrastra, sin voluntad, como los rápidos de un río, dando saltos de un sitio a otro y me distrae, a veces, durante días y semanas, de la lectura del libro. En este caso los desencadenantes fueron las andanzas de Roger por el Congo belga, un país cuya misma existencia me había causado perplejidad desde niño; la fiebre del caucho, una de esas muchas situaciones de gran relevancia a nivel mundial en el momento que sucedieron y que el tiempo ha borrado totalmente de los libros de historia; y el nacionalismo irlandés, fuente de alguna de mis muchas contradicciones propias. Si esa curiosidad no surge, señal de que el libro no me llena demasiado.
Otra fuente de interés ha sido descubrir la rica vida intelectual que Roger Casement tuvo la suerte de disfrutar durante su corta y azarosa existencia: Alice Stopford Green, historiadora; Herbert Ward, escultor; E.D. Morel, periodista, colaboró con Roger en denunciar la esclavitud en el Congo Belga; el marino mercante polaco Konrad Korzeniowski, más tarde uno de los más famosos escritores en lengua inglesa con el nombre de Joseph Conrad, autor, entre otras, de la estupenda novela El corazón de las tinieblas, una crónica desgarrada sobre el laberinto humano de la colonización europea en territorio africano basada en el viaje que realizó con Roger por el Congo; Arthur Conan Doyle; Bernard Shaw...


Mi colección de citas:
p 238-239 El 16 de octubre de 1910 /.../ Roger Casement anotó en su diario una idea que había ido tomando cuerpo en su cabeza desde que desembarcó en Iquitos: “He llegado a la convicción absoluta de que la única manera como los indígenas del Putumayo pueden salir de la miserable condición a la que han sido reducidos es alzándose en armas contra sus amos. Es una ilusión desprovista de toda realidad creer, como Juan Tizón, que esta situación cambiará cuando llegué aquí el Estado peruano y haya autoridades /.../  En esta sociedad el Estado es parte inseparable de la máquina de explotación y de exterminio. Los indígenas no deben esperar nada de semejantes instituciones. /.../ Los irlandeses somo como los huitotos, los boras, los andoques y los muinanes del Putumayo. Colonizados, explotados y condenados a serlo siempre si seguimos confiando en las leyes, las instituciones y los Gobiernos de Inglaterra, para alcanzar la libertad. Nunca nos la darán. ¿Por qué lo haría el Imperio que nos coloniza si no siente una presión irresistible que le obligue a hacerlo? Esa presión sólo puede venir de las armas”.
p 263. Sería una experiencia lustral pasar un par de días con esa pareja amiga [Herbert Ward y Sarita, su mujer], culta, en su hermoso estudio [de París] repleto de esculturas y recuerdos africanos, hablando de cosas bellas y elevadas, arte, libros, teatro, música, lo mejor que había producido ese contradictorio ser humano que era también capaz de tanta maldad como la que reinaba en las caucherías de Julio C. Arana en el Putumayo.
p 298! -La  maldad la llevamos en el alma, mi amigo -decía, medio en broma, medio en serio-. No nos libraremos de ella tan fácilmente. En los países europeos y en el mío está más disimulada, sólo se manifiesta a plena luz cuando hay una guerra, una revolución, un motín. Necesita pretextos para hacerse pública y colectiva. En la Amazonía, en cambio, puede mostrarse a cara descubierta y perpetrar las peores monstruosidades sin las justificaciones del patriotismo o la religión. Sólo la codicia pura y dura. La maldad que nos emponzoña está en todas partes donde hay seres humanos, con las raíces bien hundidas en nuestros corazones.
p 301! Lo entristecía saber que nunca tendría un hogar como el de los De Mata, que su vida sería cada vez más solitaria a medida que envejeciera. /.../ Se moriría sin haber saboreado esa intimidad cálida, /.../ sin hijos que prolongaran su nombre y su recuerdo cuando se fuera de este mundo. [Ni falta que le hizo, ha tenido la suerte de lograr que un escritor tan bueno como Mario Vargas Llosa se fijara en su historia y la novelara de esta maravillosa manera].
p 345¡: Herbert Ward fue una de las escasas personas a quien Roger confió su decepción con Stanley, con Leopoldo II, con la idea que los trajo a África; que el Imperio y la colonización abrirían a los africanos el camino de modernización y el progreso. Herbert coincidió totalmente con él, al comprobar que la verdadera razón de la presencia de los europeos en el África no era ayudar al africano a salir del paganismo y la barbarie, sino explotarlo con una codicia que no conocía límites para el abuso y la crueldad.
p 345¡ Pero Herbert Ward nunca tomó muy en serio la progresiva conversión de Roger a la ideología nacionalista [irlandesa]. Solía burlarse de él, a la manera cariñosa que le era propia, alertándolo contra el patriotismo de oropel -banderas, himnos, uniformes [símbolos tan toscos y simples y, sin embargo, tan poderosos]- que, le decía, representaba siempre, a la corta o a la larga, un retroceso hacia el provincialismo, el espíritu de campanario y la distorsión de los valores universales. Sin embargo, ese ciudadano del mundo, como Herbert gustaba llamarse, ante la violencia desmesurada de la guerra mundial había reaccionado refugiándose también en el patriotismo como tantos millones de europeos.
p 353! Sin embargo, no todo había sido entusiasmo, solidaridad y heroísmo entre la población civil de Dublín durante la semana de combates. El monje capuchino fue testigo de pillajes en las tiendas y almacenes de Sackville Street y otras calles del centro, cometidos por vagabundos, pícaros o simplemente miserables venidos de los barrios marginales vecinos, lo que puso en una situación difícil a los dirigentes del IRB, los Voluntarios y el Ejército del Pueblo que no habían previsto esta deriva delictuosa de la rebelión. En algunos casos, los rebeldes trataron de impedir los saqueos a los hoteles, incluso con disparos al aire para ahuyentar a los saqueadores que devastaban el Gresham Hotel, pero, en otros, los dejaron hacer, confundidos por la manera como esa gente humilde, hambrienta, por cuyos intereses creían estar luchando, se les enfrentaba con furia para que la dejaran desvalijar las tiendas elegantes de la ciudad.
No sólo los ladrones se enfrentaron a los rebeldes en las calles de Dublín. También muchas madres, esposas, hermanas e hijas de los policías y soldados a los que los alzados habían atacado, herido o matado durante el Alzamiento /.../ Ésa había sido la prueba más difícil para quienes creían tener de su parte la justicia, el bien y la verdad: descubrir que quienes se les enfrentaban no eran los perros de presa del Imperio, los soldados del Ejército de ocupación, sino humildes irlandesas, cegadas por el sufrimiento, que no veían en ellos a los libertadores de la patria, sino a los asesinos de los seres queridos, de esos irlandeses como ellos cuyo único delito era ser humildes y hacer el oficio de soldado o policía con que se ganaban siempre la vida los pobres de este mundo.
p  365: Tal vez Patrick Pearse, Joseph Plunkett y los otros tuvieran razón. No se trataba de ganar sino de resistir lo más posible. De inmolarse, como los mártires cristianos de los tiempos heroicos /.../ La sangre derramada por los Voluntarios fructificaría también, abriría los ojos de los ciegos y ganaría la libertad para Irlanda.
p 390: Patrick Pearse sostenía que si no se recuperaba la lengua celta, la independencia sería inútil, pues Irlanda seguiría siendo culturalmente una posesión colonial. Su intolerancia en este dominio era absoluta.
“No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió”
P 395¡ Sus discursos comenzaban serenos (“Soy un protestante del Ulster que defiende la soberanía y la liberación de Irlanda del yugo colonial inglés”) pero, a medida que avanzaba, se iba exaltando y solía terminar en arrebatos épicos. Arrancaba casi siempre atronadores aplausos en el auditorio.
p 395: [Roger] era uno de los dirigentes más empeñados en dotar al movimiento de un armamento capaz de apoyar de manera efectiva la lucha por la soberanía /.../ Varias veces fue enviado a Londres. Funcionaba allí un comité clandestino, presidido por Alice Stopford Green, que, además de recolectar dinero, gestionaba en Inglaterra y varios países europeos la compra secreta de [armamento] que introducía ilegalmente en Irlanda.
p 404! trabajó día y noche, escribiendo artículos y cartas, pronunciando charlas y discursos en los que, con insistencia maniática, acusaba a Inglaterra de ser causante de esta catástrofe europea y urgía a los irlandeses a no ceder a los cantos de sirena de John Redmond, que hacía campaña para que [los irlandeses] se enrolaran [en el ejército británico para luchar contra el Káiser]. El Gobierno liberal inglés hizo aprobar la Autonomía en el Parlamento, pero suspendió su vigencia hasta el fin de la guerra. La división de los Voluntarios fue inevitable: /.../ más de 50.000 Voluntarios lo siguieron [a John Redmond], en tanto que apenas once mil continuaron con Eoin MacNeill y Patrick Pearse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario